domingo, 4 de julio de 2010

Emilia.

Gerardo Diego Cendoya.




EMILIA - "Mi Santander, mi cuna, mi palabra " (Gerardo Diego).

Os ruego, queridos amigos, al comenzar esta lectura, que recordéis conmigo los primeros versos de Gerardo respecto a su libro "Mi Santander, mi cuna, mi palabra":

"No me pidáis de él cuentas, yo no sé lo que ha escrito mi mano"

porque la lectura de su poema "Emilia" incluído en dicho libro, dentro del capítulo "Mis hermanos", me emociona y no me permite realizar un análisis objetivo del mismo. El poema me transporta a un pequeño mundo que yo he tenido la suerte de vivir, allá por los años cincuenta: el mundo familiar de Gerardo. Un mundo que constituye un elemento fundamental para entender la obra del poeta.

Conocí entonces a la que más tarde sería mi esposa y compañera Flora, hija de Marcelino, el hermano mayor de Gerardo a quien recuerda en uno de sus poemas como "maestro mío en luz perseverado". Esta relación familiar me permitió entrar en un mundo absolutamente cautivador. Un mundo de esa gente buena, sencilla, de hondas creencias religiosas, a las que el desarrollo moderno y un gran esfuerzo personal permitió acceder a los estudios universitarios y técnicos más elevados.

Tuve la suerte, pues, de conocer a Marcelino, ingeniero industrial y delicadísimo intérprete al piano de las obras clásicas.

¿Astronomía, música, los ritmos?

¿Estelas de balandro en la bahía?

¿Números de la magia, logaritmos?

¿O la sensible al tacto geometría?


Visité en su convento de Santander a su hermana Flora, a quien mi esposa debe su nombre:


"Te veo, Flora, madre de las niñas,

feliz junto al Sagrario".


Sentí una gran admiración por otra hemana, Felisa, mujer de una gran capacidad para el dolor:

"La enfermedad, la invalidez, la muerte

a los tuyos rondaron crudelísimas"


Y compartí muy buenos ratos con otra hermana, Angela a quien tuve la suerte de visitar durante largos años:



"Raudo alboroto azul, siempre al acecho
del cuarto de mis padres y mi cuna"

No tuve ocasión de conocer a los demás hermanos, sólo a través de los poemas de Gerardo a Emilia, Sandalio. Leonardo, Manolo y José. En todos esos poemas se descubre la sensibilidad y el dominio del idioma castellano de Gerardo Diego, pero es precisamente en el magnífico poema a Emilia donde se manifiestan con mayor claridad la ternura y el amor fraternal del poeta:


"fuimos tú y yo de padre y madre hermanos
- nuestra mudez, madre profunda -"


estableciéndose un diálogo intenso y vital entre los dos:


"tú chapuzabas en mis ojos nuevos
tus ojos llenos de preguntas
y hablaban con las mías tus pupilas"


Releyendo el poema a Emilia, recuerdo a Gerardo, leve, callado, siempre asombrado, sencillo. Le recuerdo paseando durante horas en silencio por el jardín de su casa de Sentaraille y sentarse después a perfilar los poemas creados. Este mundo interior de Gerardo sólo es explicable conociendo su entorno familiar y su honda sensibilidad. El conocimiento del amor a su familia, a los suyos, a su tierra, así como su vida interior cristiana son necesarios para profundizar en su obra poética. El poema a Emilia, su hermana muda,recoge, entre otros, este pensamiento maravilloso:

"que Dios te selló boca y oídos
para embriagarte de su música"


Entre los brazos de su hermana comienza a crearse el mundo interior del poeta. Y es en este mundo interior donde se establece una comunicación silenciosa con la hermana muda, que no termina con la muerte de ella, pues:

"sabías ya que yo iba a ser poeta?
¿No eres tú, Emilia, quien me apunta?

Gerardo, poeta, en tus versos, como achacabas al tío Máximo, nos entregaste todo el campo de tu Cantabria, los abuelos lejanos, los praderíos, las vacas, las nieblas y el cielo, y en silencio, como los buenos, leve, callado, asombrado, sencillo, subiste al cielo para encontrarte con Emilia, escribiendo,escribiendo,escribiendo...




Esta meditación fué publicada en el nº 53 de la revista Barcarola el mes de junio de 1997.