sábado, 1 de octubre de 2011

El Templo de Kamakura.

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El Templo de Kamakura.

La oración de los santos, la espada del guerrero,
la penumbra del bosque, el canto del jilguero,
la madera labrada que rezuma humedad,
los dragones pintados que no tienen edad,
la Puerta de los Templos, lavatorios enanos
donde los peregrinos purifican sus manos,
el verde de los cobres, la piedra blanca y muda,
la imagen esculpida de la madre del Buda,
la Sala del Estudio, el andar presuroso
de los monjes descalzos, el jacinto oloroso,
los torrentes de lluvia por canales de piedra,
los puentes de madera recubiertos de hiedra,
la Sala de los Rezos, el silencio acordado,
las tablillas de votos en el templo dorado,
la puerta corredera, el balcón sin cerrar,
el olor a salitre de la brisa del mar,
el cementerio humilde, sin lápidas ni cruces,
el lejano y confuso parpadeo de luces
que en la distancia anuncian la noche que se acerca,
las carpas de colores que nadan en la alberca,
mujeres japonesas, bellas y silenciosas
que bajan hacia el valle por senderos de losas
conservando en el fondo de sus ojos rasgados
la imagen misteriosa de los templos sagrados;
mientras, la noche llega y extiende su negrura
sobre el paisaje verde y el mar de Kamakura.

3 comentarios:

Fernando dijo...

Es un ejemplo de pareados encadenados, recordando la visita que hice al templo de Kamakura. Los escribí al llegar al hotel desoués de la visita,

Verónica Calvo dijo...

Querido Fernando, tiene un ritmo estupendo. Me he paseado por el Templo entre los monjes a través de tus versos.
Te felicito, es una gozada este poema.

Te dejo un abrazo enorme

Marcos Callau dijo...

Unos pareados con mucho, mucho ritmo. Eres un maestro, Fernando...¡qué placer leerte! ¡Un abrazo!